«Nadie nace odiando al otro por el color de su piel, su procedencia o su religión. La gente aprende a odiar, y si pueden aprender a odiar, también pueden aprender a amar«. Nelson Mandela.
Al nacer somos pequeñas esponjas, pequeños seres que nacen con la habilidad de observar y aprender del entorno. Absorbemos mediante la observación de nuestros cuidadores y/o referentes cómo es el mundo, qué opciones tenemos, de qué posibilidades disponemos, quienes somos, y un largo etc. Todo lo que absorbemos y experimentamos por nosotr@s mism@s va creando paquetes de información y esquemas organizativos de la experiencia que van creando y conformando nuestra realidad, es decir, cómo la percibimos. Por suerte, inclusive las personas que han padecido trauma crónico y experiencias severas traumáticas pueden aprender nuevas formas de conducta y comportamiento mucho más beneficiosas para su vida y salud. Nuestro cerebro es plástico, es decir que se adapta y es capaz de modificarse. Por lo tanto, existe la posibilidad de modificar creencias que no son saludables para uno mismo o para el resto. Por tanto, es posible aprender a amar aún cuando esa enseñanza no existiera en nuestra infancia. Aprender a amar es uno de los mejores regalos que podemos hacernos a nosotr@s mism@s, no sólo por el beneficio personal que conlleva: más silencio interior, más armonía interna, mayor confianza, respeto hacía un@ mism@, apoyo y sostén en un@ mismo, etc. en definitiva, un mayor bienestar personal. A su vez, conlleva a un beneficio interpersonal y social, amarnos no sólo afecta a nuestra vida interior sino que llega a expandirse a nuestras relaciones personales, pasando así de un amor intrapersonal a interpersonal. Estoy segura de que si como seres humanos nos amáramos más a nosotr@s mism@s la vida en este precioso planeta llamado Tierra sería mucho más natural y armoniosa de lo que lo es ahora.